No todas las pérdidas conllevan a una crisis que requiera de apoyo profesional; sin embargo, en otras oportunidades la muerte de un integrante de la familia deriva en dificultades importantes de carácter individual o familiar.
Cuando una crisis alcanza esta magnitud, la identidad de la familia y la de sus integrantes se afecta y el proceso de recuperación implica que la pérdida pueda ser asumida como puente hacia la transformación individual y familiar.
El sistema familiar deberá recomponer los roles desempeñados por la persona ausente y los roles de los otros integrantes de la familia en torno a esta; por lo que la calidad de las relaciones familiares favorecerá o entorpecerá el desarrollo del duelo individual.
En este proceso se presentan respuestas emocionales, físicas, cognitivas y espirituales que se manifiestan en cada persona de manera particular, con su propio ritmo e intensidad, características que no pueden compararse con la ningún otro integrante de la familia, así se desarrollen al interior de un proceso familiar y en medio de un ambiente social y cultural que los envuelve a todos.
Durante este tiempo se sugiere evitar, en la red familiar y de amistad cercana, manifestaciones como “supera esto cuanto antes”, “tienes que distraerte”, “sal y pasala bien”, “tienes otros hijos”, “te necesitan”, “tienes que cuidarlos”; este tipo de expresiones desconocen la situación que experimenta cada integrante de la familia y que, si se mencionan con insistencia, hacen más difícil asimilar la pérdida que enfrentan.
Este momento de transición conlleva a entender la muerte como parte esencial de la vida misma; reconocer, en cada uno, el legado que deja la persona que ahora no está y comprender su permanencia a través de este. En este proceso se reconstruye la identidad individual, la familiar y se recomponen las interacciones entre los integrantes de la familia.
Este proceso no es gradual o lineal, sino que supone una serie de avances y retrocesos; no se lleva a través de fases, pues estas se entremezclan constantemente. Asumir la pérdida no solo conlleva tiempo y esfuerzo; también significa pasar por la aceptación intelectual, emocional y la reorganización del sistema familiar en sí mismo, de sus roles y de sus límites.
Seguramente atravesarán por momentos de negación, depresión, miedo; quizás aparezcan expresiones agresivas de culpa o de soledad mientras se construyen nuevos intereses, nuevos sueños de futuro y nuevos lazos famliares; todo esto en un proceso de elaboración compleja, hasta lograr una integración auténtica como individuos y como familia.
Reconocer entre todos la realidad de la pérdida
Es fundamental que en la familia se afirme la realidad de la pérdida, es importante hablar al respecto y sobre las experiencias que le siguen; resulta útil observar, en familia, los recuerdos o las fotografías, incluso, conversar sobre cómo han sido otras pérdidas que han vivido en la familia e intentar que cada uno de los intgrantes pueda expresar su situación particular de manera amplia.
Es importante no penalizar la tristeza, no intentar apagarla u ocultarla, sino comprenderla, promover la empatía y responder a las necesidades que estén tras la misma. Compartir, admitir y permitir la expresión de las diferentes emociones favorece el crecimiento individual y familiar. La evolución del proceso dependerá, en gran medida, del estilo de respuesta familiar.
Una familia en la que predomine un estilo de crianza democrático, que permita y acepte la diversidad, tolerará de mejor manera las emociones, tanto positivas como negativas, desencadenadas por la pérdida. La intimidad entre sus miembros permitirá compartir los malestares, el consuelo y los cuidados mutuos. Y los roles, al estar ligados a la responsabilidad de todos como familia, serán flexibles según las necesidades de cada miembro en cada momento.
La mejor preparación para afrontar una pérdida es la construcción que hacemos de nuestra familia en el día a día; favorecer la comunicación, el cuidado y el apoyo mutuo nos brindará las competencias para afrontar situaciones complejas como las pérdidas. Nos permitirá vivir experiencias de bienestar y convivencia armónica que podemos tener como referencia para volver a ellas en los momentos difíciles y construir redes de apoyo para afrontar, de la manera mas adecuada, cualquier situación que se enfrente.
Cuando una crisis alcanza esta magnitud, la identidad de la familia y la de sus integrantes se afecta y el proceso de recuperación implica que la pérdida pueda ser asumida como puente hacia la transformación individual y familiar.
El sistema familiar deberá recomponer los roles desempeñados por la persona ausente y los roles de los otros integrantes de la familia en torno a esta; por lo que la calidad de las relaciones familiares favorecerá o entorpecerá el desarrollo del duelo individual.
En este proceso se presentan respuestas emocionales, físicas, cognitivas y espirituales que se manifiestan en cada persona de manera particular, con su propio ritmo e intensidad, características que no pueden compararse con la ningún otro integrante de la familia, así se desarrollen al interior de un proceso familiar y en medio de un ambiente social y cultural que los envuelve a todos.
Durante este tiempo se sugiere evitar, en la red familiar y de amistad cercana, manifestaciones como “supera esto cuanto antes”, “tienes que distraerte”, “sal y pasala bien”, “tienes otros hijos”, “te necesitan”, “tienes que cuidarlos”; este tipo de expresiones desconocen la situación que experimenta cada integrante de la familia y que, si se mencionan con insistencia, hacen más difícil asimilar la pérdida que enfrentan.
Este momento de transición conlleva a entender la muerte como parte esencial de la vida misma; reconocer, en cada uno, el legado que deja la persona que ahora no está y comprender su permanencia a través de este. En este proceso se reconstruye la identidad individual, la familiar y se recomponen las interacciones entre los integrantes de la familia.
Este proceso no es gradual o lineal, sino que supone una serie de avances y retrocesos; no se lleva a través de fases, pues estas se entremezclan constantemente. Asumir la pérdida no solo conlleva tiempo y esfuerzo; también significa pasar por la aceptación intelectual, emocional y la reorganización del sistema familiar en sí mismo, de sus roles y de sus límites.
Seguramente atravesarán por momentos de negación, depresión, miedo; quizás aparezcan expresiones agresivas de culpa o de soledad mientras se construyen nuevos intereses, nuevos sueños de futuro y nuevos lazos famliares; todo esto en un proceso de elaboración compleja, hasta lograr una integración auténtica como individuos y como familia.
Reconocer entre todos la realidad de la pérdida
Es fundamental que en la familia se afirme la realidad de la pérdida, es importante hablar al respecto y sobre las experiencias que le siguen; resulta útil observar, en familia, los recuerdos o las fotografías, incluso, conversar sobre cómo han sido otras pérdidas que han vivido en la familia e intentar que cada uno de los intgrantes pueda expresar su situación particular de manera amplia.
Es importante no penalizar la tristeza, no intentar apagarla u ocultarla, sino comprenderla, promover la empatía y responder a las necesidades que estén tras la misma. Compartir, admitir y permitir la expresión de las diferentes emociones favorece el crecimiento individual y familiar. La evolución del proceso dependerá, en gran medida, del estilo de respuesta familiar.
Una familia en la que predomine un estilo de crianza democrático, que permita y acepte la diversidad, tolerará de mejor manera las emociones, tanto positivas como negativas, desencadenadas por la pérdida. La intimidad entre sus miembros permitirá compartir los malestares, el consuelo y los cuidados mutuos. Y los roles, al estar ligados a la responsabilidad de todos como familia, serán flexibles según las necesidades de cada miembro en cada momento.
La mejor preparación para afrontar una pérdida es la construcción que hacemos de nuestra familia en el día a día; favorecer la comunicación, el cuidado y el apoyo mutuo nos brindará las competencias para afrontar situaciones complejas como las pérdidas. Nos permitirá vivir experiencias de bienestar y convivencia armónica que podemos tener como referencia para volver a ellas en los momentos difíciles y construir redes de apoyo para afrontar, de la manera mas adecuada, cualquier situación que se enfrente.