En nuestro país las personas tienen su primer contacto con las bebidas alcohólicas alrededor de los 13 años, en promedio. El alcohol ha hecho parte de nuestra cultura desde tiempos remotos; desde la chicha, como recurso ancestral de nuestra ascendencia indígena, u otras bebidas fermentadas como el masato o el guarapo, hasta bebidas destiladas como los aguardientes o los múltiples licores importados como vinos o whisky.
Gracias a las campañas para desestimular el consumo de bebidas alcohólicas y las leyes que restringen su comercialización y uso, se han dado a conocer las consecuencias del consumo temprano de bebidas alcohólicas o el uso abusivo de las mismas en la edad adulta; sin embargo, pareciera que estas consecuencias, soportadas en estudios científicos y estadísticas, no bastan para promover el autocuidado ni el cuidado familiar frente al alcohol.

El alcohol presente en la vida cotidiana

Mas allá de lo que significan o han significado las bebidas alcohólicas para nuestra sociedad, es cierto que el alcohol, seguramente, ha estado presente en múltiples situaciones y eventos de la vida familiar.

Se hace presente en las celebraciones de acontecimientos significativos, en los momentos en los que se comparte con los amigos y se asocian con estados de euforia y alegría. Ha estado presente en los tiempos de descanso o en las vacaciones, en los que el licor se asocia con la idea de relajación, gozo y satisfacción; no es extraña la típica imagen de encontrarse sentado frente al mar con una cerveza fría en la mano (o cualquier otro licor), disfrutando del sol y de la playa, acompañada de la frase “esta es la vida que me merezco”. Quizás también ha estado presente en los momentos en los que se consume alcohol para asumir la valentía necesaria al momento de afrontar una decisión o soportar una pérdida.

Esta relación de las bebidas alcohólicas con la vida cotidiana genera que las medidas restrictivas no encuentren mayor eco en los y las adolescentes que, en la mayoría de los casos, tuvieron su primer acercamiento con el licor a través de un integrante de la familia o han presenciado el uso abusivo del alcohol en el entorno familiar. Dificilmente pueden comprender cómo algo que los adultos consumen pueda ser nocivo o que por una franja de edad les esté prohibido. Situaciones que se reflejan en preguntas como: ¿por qué no puedo consumir bebidas alcohólicas a los 17, pero sí a los 18?, ¿cómo es posible que a los 15 o 16 años o antes pueda aportar a la economía familiar, pero no pueda consumir licor?; entre otros tantos cuestionamiento que reflejan los contrastes que se viven en nuestra sociedad y que riñen con las historias de las familias que en tiempos pasados eran más flexibles frente al consumo del alcohol.

De acuerdo con el Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas en la población escolar de Colombia, realizado en 2016, uno de cada cuatro escolares del séptimo grado declaró haber usado alcohol en los últimos 30 días, mientras que esa proporción aumentó a uno de cada dos de grado undécimo. A la vez, destaca que la calidad en la relación entre padres e hijos, el nivel de supervisión parental y las actitudes y hábitos de consumo de alcohol y drogas que tengan o hayan tenido los padres, son factores que influyen directamente con el consumo de los adolescentes.

En este mismo sentido, los hábitos o costumbres de la familia pueden reflejar la paradoja de que sea en las celebraciones familiares en las que, con frecuencia, se abusa del alcohol y se generan los principales focos de violencia, las riñas, y las rupturas de los tejidos sociales que fracturan los vínculos entre amistades y familiares. ¿¡Cómo es posible que el día de la madre sea el día en el que más se incrementa la violencia contra las mujeres y la violencia intrafamiliar!?

Reconozcamos las prácticas familiares y sociales que validan el consumo de alcohol

Y si bien hemos avanzado en identificar las consecuencias del consumo temprano de bebidas alcohólicas durante la niñez o la adolescencia, para considerar la prohibición como alternativa, poco hemos avanzado en transformar nuestras prácticas familiares cotidianas que refuerzan el consumo del alcohol o las prácticas sociales, por ejemplo, el patrocinio de los equipos deportivos como estrategia para posicionar las bebidas alcohólicas.

En un estudio realizado por el fondo de prevención vial en 2007, tan solo el 10 % de menores de edad que consumió alcohol lo hizo porque le gustaba su sabor, mientras que los demás manifestaron hacerlo por razones asociadas a sentirse contentos, alegres, espontáneos, desinhibidos o relajados; no podríamos desconocer que algunas de estas motivaciones pueden reflejar prácticas familiares relacionadas con el alcohol.

Los principales factores de riesgo de las familias que pueden motivar el acercamiento de la niñez y la adolescencia al alcohol son: los antecedentes de consumo de bebidas embriagantes, la forma de resolver los conflictos familiares y las prácticas de crianza.

Podemos escribir nuevas historias sin alcohol

Desde las familias podemos escribir nuevas historias y nuevos relatos de nosotros mismos y de las nuevas generaciones, construir encuentros y rituales de felicidad y celebración que no esten asociados al consumo del alcohol y sus excesos; en los que la expresión musical, el juego, los talentos en la cocina o la tradición oral en la familia
puedan convertirse en el centro y aspecto relevante de la unidad familiar, más allá de la bebida que utilicemos para congregarnos.

No necesitamos estar embriagados para ser valientes, las decisiones de cambio pueden surgir de la convicción de disfrutar otras formas para compartir o en las conversaciones familiares que nos permitan reconocer los aprendizajes generacionales y fortalecer las capacidades para no ceder ante la presión social que nos incita al consumo de alcohol o cualquier otra sustancia psicoactiva.

De esta forma, desinhibirnos puede ser el resultado de fortalecer nuestra confianza, la confianza de nuestra pareja y la de nuestros hijos e hijas; de la invitación a afrontar los retos de la vida social y entender la equivocación o el error como una oportunidad de aprendizaje y no como un escenario de temor a la burla.

Es tiempo de explorar, como familia, alternativas desde nuestras capacidades y habilidades; no todo proviene del exterior. Podemos desarrollar mucho desde nosotros mismos y, desde allí, decidir responsablemente qué y en qué cantidad ingresan las bebidas alcohólicas a nuestras familias y a nuestras celebraciones. La posibilidad de construir una mejor versión de nuestra familia, desde nosotros mismos, será siempre una oportunidad de bienestar y armonía en la que el alcohol no necesariamente se encuentre presente.