¿Cuántas veces, de niños, pusimos una enorme sonrisa cuando otro niño decía “¿jugamos a las escondidas?”; ¿cuántas de nosotras reímos a carcajadas cada vez que nos descubrían debajo de una cama, detrás de un árbol o bien escondidas en un baño o en un armario?

Jugar a las escondidas es una de las tantas formas de socialización infantil, tan antigua y universal, que se le conoce en países de Europa, África y América. Cerrar los ojos, taparlos o poner las manos sobre ellos y hacer como si se buscara a alguien es solo uno de los innumerables juegos que han acompañado la niñez de muchos niños y niñas y, si bien es recomendable para mayores de 4 años, es común encontrar a niños y niñas de 3 años escondiéndose presurosos del adulto. ¿Quién no los ha visto correr y asomarse, detrás de una cortina o una puerta?; hasta los bebés gozan, al tiempo que buscan al adulto que aparece y desaparece tras una tela o un juguete.

 

Mientras que en Bolívar, el juego de las escondidas puede dar un giro porque un niño decide ocultarse tras una silla que está fuera de su casa y que sirve para sentarse y esquivar el fuerte sol del mediodía, una niña en Bogotá podrá encontrar debajo de la cama de su hermano, un lugar donde, cree ella, nunca la encontrarán. Ese juego de ‘un, dos, tres por mí’ entre niños, niñas y adultos es ideal para provocar conversaciones, encontrar lugares emocionantes y objetos cómplices del juego, siempre en medio del juego que es lo que hacen niñas y niños.

 

 

Jugar, entonces, es un motor poderoso y cuando se juega en familia, adquiere un significado especial, en tanto las niñas y los niños lanzan hipótesis, asumen roles, retos y deciden sobre una o varias acciones; todo esto asumido con la más absoluta seriedad. Jugar en familia, además, crea espacios privilegiados para que niñas y niños se expresen de forma natural, se sientan más confiados de expresar intenciones, deseos, emociones y, desde luego, sentimientos.

 

Pero, ¿por qué nos cuesta a veces jugar con las niñas y los niños? Los adultos expresan un sinfín de razones para no participar en los juegos de niñas y niños: falta de tiempo, la creencia de que esa tarea les corresponde a los maestros, que en este espacio tan pequeño no se puede jugar o que el niño no tiene juguetes. Si bien la declaratoria de emergencia por cuenta de la COVID-19 ha demostrado, con creces, que los adultos cuidadores sí que saben jugar en familia, aún nos quedan muchas cosas por aprender y hacer.

 

Una simple pregunta como ¿a qué quieres jugar hoy? puede romper el silencio en un hogar en el que, por ejemplo, por falta de empleo, los padres se encuentran tristes. O si un fin de semana antes de conectarse por horas al televisor, la mamá le dice a su hijo: ¿y si te salpico con agua mientras te baño como si llegase un huracán muy fuerte?, o ¿si hacemos rodar en el colador esa arveja que a papá se le acaba de caer mientras preparaba el almuerzo? o ¿qué tal si empujamos esa caja de madera hasta el patio y la llenamos de ‘chécheres’? Las opciones de jugar en familia son abundantes, como familias hay en el país.

 

Un consejo para terminar: una propuesta de juego que los adultos suelen olvidar es la que propone ‘Mis Manos Te Enseñan, Exploración de la semana’, en la que se sugieren los circuitos con obstáculos que, independientemente del lugar donde vivamos, se pueden desarrollar:

 

correr entre una habitación y otra, buscando o cargando un tesoro (una llave, una ficha, una moneda, la llanta de un carrito perdido, una gomita…); arrastrarse por debajo de la cama o de una mesa, saltar como conejitos sobre un piso en el que hemos colocado aros, armar techos con sillas; pasar de lado cerca de una pared en la que se ha dispuesto, intencionadamente, un mural para pintar; pasar cerca de la cocina donde se han puesto objetos que deben sonar una y otra vez…

 

Los juegos de circuito durante la primera infancia proporcionan experiencias de movimiento, patrones de repetición y secuencia, manejo del tiempo y del espacio y, sobre todo, facilitan al niño la oportunidad de ampliar el reconocimiento del espacio donde vive y las posibilidades de su propio cuerpo…

 

Y tú, ¿qué esperas para armar un circuito en casa… ¡Anímate! Un, dos, tres… por mí.