¿Qué pasaría si nuestra sociedad formara hombres cuidadores de la vida?
Un hombre cuidador transforma su entorno, construye relaciones equitativas en su familia, se vincula en las dinámicas de crianza en el hogar a partir de la solidaridad y procura el bienestar de quienes están a su alrededor, bajo la idea de que el cuidado de los demás parte del cuidado de sí mismo.

Nuestra sociedad construye, día a día, hombres que muestran su valía a partir de la fuerza física y el poder que esta le provee, asociada a la valentía y al riesgo; hombres que transitan en el machismo, o al borde del mismo, y que con mucha facilidad caen en la idea absurda de que lo femenino es de menor talante o valía.
 
No es casual que con cierta regularidad nos encontremos noticias de hombres que arriesgan su propia vida a nombre de la ‘hombría’. Sin medir las consecuencias, abusan del licor, la velocidad al conducir o el uso de armas, niegan sus propios miedos y no piensan en los riesgos que estas conductas representan para ellos mismos y sus familias, ni en que su ejemplo valida la continuidad de prácticas sociales nocivas que serán vividas y afrontadas por sus propios hijos e hijas en el corto plazo.
 
¿Como formar hombres cuidadores?
 
Entonces, formar hombres cuidadores implica que reflexionemos sobre el concepto que tenemos de lo masculino y el significado que le damos a la ‘hombría’; y si bien esto es responsabilidad primaria de los hombres, es preciso que estas reflexiones se extiendan a las mujeres, a la familia y a la sociedad en general.
 
Significa repensar el derecho de los hombres a ejercer el cuidado y la crianza y el rol no solo como proveedores de alimento, techo o como protectores físicos a través de la fuerza, sino desde la manifestación misma del afecto, del cuidado tierno y amoroso, del abrazo como expresión que garantiza la supervivencia.
 
Para esto, es necesario reconocer a nuestra pareja como igual en su capacidad de sentir, pensar y actuar; transformar nuestras prácticas cotidianas, la manera en la que hombres y mujeres nos integramos en las labores del hogar, en la educación de nuestros hijos e hijas, en la manera en la que construimos el sentido de la autoridad, la participación y la expresión misma del afecto. Transformaciones que no generamos de manera individual, sino como una acción integrada de familia, desde la solidaridad y el apoyo.
 
Un hombre cuidador comprende que los roles y tareas del cuidado en el hogar, así como en la comunidad, le pertenecen, le son propios y hacen parte de su proceso de crecimiento, inclusive aquellos de los que se lo puede excluir por razones biológicas, como la gestación o la lactancia; estas dos etapas, si bien responden a procesos biológicos de la mujer, se viven como familia y la participación como hombre cuidador es fundamental.
 
Un hombre cuidador protege la vida desde el momento mismo de la gestación. Si bien no gesta ni lacta biológicamente, lo hace de manera social y relacional con su pareja o con las mujeres que están en estas etapas, considera los efectos de sus acciones y mitiga el riesgo de las mismas. Durante la lactancia actúa de igual manera: cuida de la mujer lactante y propicia las condiciones adecuadas para que ella pueda hacerlo sin sentirse discriminada o vulnerada. En resumen, el hombre cuidador protege a las mujeres, a los niños y a las niñas y, por supuesto, a otros hombres.
 
Un hombre cuidador transforma las situaciones de violencia en escenarios para el diálogo constructivo, tanto en el ámbito familiar como comunitario; en los que el conflicto representa una posibilidad de crecimiento con el conjunto y no de supresión de aquel o aquella que piensa diferente. En este sentido, se abre al diálogo y a la aceptación de los errores para construir entornos de mejora y fortalecimiento de sí mismo y de la familia.
 
Criar en el cuidado y para el cuidado nos abre posibilidades como seres humanos, favorece el bienestar de los nuestros y permite construir mejores versiones de nosotros mismos y de nuestras familias.