No puede decirse que los niños y las niñas manipulen, particularmente durante la primera infancia.

La creencia de que los niños y niñas manipulan se ha extendido en la cultura popular como justificación para que los padres, madres y cuidadores actúen sobre una concepción de autoridad que alivia el temor a perder de control y que sostiene la idea de que la disciplina, la autoridad o la educación significa que niñas y niños hagan lo que el adulto desea, incluso por encima de sus propias necesidades.
 
Es común escuchar afirmaciones como “muchos niños utilizan la manipulación con las personas de su entorno para salirse con la suya”; estas suelen ir acompañadas de consejos como “el niño tiene que aprender que con esos comportamientos no va a recibir nada, ni siquiera la atención de sus padres”. Recomendaciones que, en últimas, terminan por promover el desconocimiento de las necesidades de los niños y las niñas.
 
 
Crece con tu hijo y aprende a interpretar sus necesidades
 
Para empezar a transformar esta idea de supuesta ‘manipulación’ es importante tener presente que las posibilidades de expresión de los niños y niñas son muy limitadas, especialmente durante los primeros meses de vida y que eres tú quien las interpreta al establecer, por ejemplo, que con su llanto puede estar buscando alimento, manifestar la necesidad de ser aseado o, simplemente, reclame el calor de tu cuerpo para caer nuevamente en ese sueño que disfrutas contemplar.
 
Sus primeros meses de vida pasan muy rápido, más de lo que crees. Esas noches que parecían interminables, en las que conciliar el sueño se volvía imposible, pronto quedan en el recuerdo y se vuelven una anécdota para contar a otros padres y madres.
 
Disfruta y vive con intensidad ese periodo; construye una relación de apego seguro con tu hijo o hija y hazle saber que estas ahí para él o ella, porque cuando te lo pide, de las pocas maneras en que sabe hacerlo, tu estás allí, porque encuentra que al llamar tu atención puedes interpretar sus necesidades.
 
De allí en adelante, tú serás su vínculo con el mundo, no solo para suplir las necesidades básicas que garanticen su bienestar y supervivencia, sino para acompañarle a descubrir su entorno y llenar de sentido todo lo que le rodea.
 
En esa interacción diaria tu también aprendes y le guías en la manera en que se expresa; y, por supuesto, cuando no encuentre tu respuesta, podrá incrementar la intensidad de su llamado de atención, frente al cual puedes reaccionar de dos maneras: a través del reconocimiento de sus necesidades para atenderlas o calificarlas de pataleta para omitirlas o castigarle por no comportarse como debe.
 
Tradicionalmente la crianza se ha concentrado en la conducta, en determinar lo que los niños y niñas hacen bien o mal, de acuerdo a lo que pensamos los adultos, desconociendo muchas veces sus necesidades y su condición de exploradores del mundo. Las necesidades en nuestros hijos pasan de la mera supervivencia de los meses iniciales, a las de interacción con el mundo.
 
Nuestras palabras le permiten descubrir el mundo y aprender a expersarse
 
Nuestra cultura ha generado en los padres y madres el temor a que sus hijos crezcan sin la concepción de límites y que terminen usando, a su favor, la atención que les brindamos. Por lo que ha hecho carrera la idea de que si los ignoramos cuando presentan aquellos llamados de atención que calificamos como pataleta, berrinche o show, dejarán de hacerlos. Y es posible que así ocurra, más no porque la necesidad haya cesado, sino porque sabrán que tú no eres quien la suplirá.
 
Cuando los niños y niñas lloran no lo hacen para manipularnos, lo hacen porque es la forma de comunicar sus necesidades, sensaciones o sentimientos, esos que aún no saben como expresarnos de otra manera, como el enojo, la frustración, la tristeza, la impotencia, en fin… un mundo de palabras que aún no están en su vocabulario y no te puede expresar.
 
Cuando un niño o niña llora porque le alejas de un juego en el que se está divirtiendo, no te está manipulando para que le permitas volver a este, está expresando lo que puede estar sintiendo al ser alejado del mismo. Cuando te das la oportunidad de pensar en lo que puede estar sintiendo y se lo manifiestas, abres la posibilidad para que lo entienda y aprenda a expresarlo.
 
Muchas veces desestimamos el valor de las palabras en el proceso de crianza, más cuando creemos que no pueden entendernos porque aún no hablan; con esto restringimos nuestra posibilidad de influir en el desarrollo de su habilidad para interpretar y negamos que somos una fuente de recursos de su lenguaje.
 
Hablarle a nuestros hijos e hijas de lo que pueden ser sus emociones frente a sus reacciones, es brindarles la posibilidad de nombrarlas, de facilitar una herramienta que nos permita construir, con ellos, los acuerdos de bienestar y convivencia.
 
Atender sus necesidades no significa dejarnos manipular
 
Acudir a las llamadas de atención de nuestros hijos, tal como haríamos con un adulto al que viéramos llorar, no significa que se le dará todo lo que pide, pero sí es reafirmar que se estará allí aún para sortear su frustración por no tener lo deseado.
 
Y allí es donde aparece el mayor reto para nosotros como padres y madres que es acompañar a nuestros hijos en la manera en la que afrontan sus emociones, que está directamente relacionada con la forma en la que nosotros lo hacemos.
 
La siguiente vez que creas que tu hijo o hija te manipula, piensa en si ella o él tiene la capacidad de alterar tu sentido de la realidad para que no actúes de manera libre y espontánea; ten presente que, si su educación está basada en el castigo, actuará por miedo, no porque esté fortaleciendo su autonomía a partir de los aprendizajes y el descubrimiento de sus propios límites.
 
Te invitamos a acompañar a tu hijo o hija en los desafíos que enfrentan a diario. La crianza comprometida y responsable implica dedicar algo más de tiempo del que culturalmente estamos acostumbrados.
 
Cuando nuestros hijos llaman nuestra atención nos piden eso, nuestra atención, no nos manipulan.