Diferentes estudios han demostrado que las muestras de afecto y cuidado por parte de los padres o cuidadores primarios a los niños desde muy pequeños pueden literalmente transformar el cerebro, pues contribuyen a que se desarrolle un hipocampo de mayor tamaño.
El hipocampo es una región del cerebro que se encarga de procesos importantes de aprendizaje, memoria y control de las emociones, lo que se evidencia en que, con el paso del tiempo, estos niños criados en ambientes amorosos usualmente tienen mejores resultados en sus procesos educativos.
Además, cuando un pequeño es expuesto a abrazos, caricias y besos, se generan nuevas conexiones neuronales llamadas sinapsis, que forman redes complejas y estructuradas que permanecen a lo largo de la vida y favorecerán al niño en un futuro, además de despertar en ellos autoestima, valor propio, seguridad y empatía hacia los demás.
Pero estos beneficios no se limitan únicamente a los niños en primera infancia, pues se ha demostrado también que los efectos cerebrales que se desarrollan al practicar la crianza amorosa, impactan también a las madres (biológicas o no), padres y cuidadores principales de los niños, pues las personas que cuidan de un bebé experimentan modificaciones muy similares a las ya mencionadas que ocurren en el cerebro de los niños en sus primeros años de vida.
Desde ICBF y Mis Manos Te Enseñan extendemos una invitación a mejorar la calidad de las interacciones, juego y estimulación entre las familias y los miembros de cada hogar.
El hipocampo es una región del cerebro que se encarga de procesos importantes de aprendizaje, memoria y control de las emociones, lo que se evidencia en que, con el paso del tiempo, estos niños criados en ambientes amorosos usualmente tienen mejores resultados en sus procesos educativos.
Además, cuando un pequeño es expuesto a abrazos, caricias y besos, se generan nuevas conexiones neuronales llamadas sinapsis, que forman redes complejas y estructuradas que permanecen a lo largo de la vida y favorecerán al niño en un futuro, además de despertar en ellos autoestima, valor propio, seguridad y empatía hacia los demás.
Pero estos beneficios no se limitan únicamente a los niños en primera infancia, pues se ha demostrado también que los efectos cerebrales que se desarrollan al practicar la crianza amorosa, impactan también a las madres (biológicas o no), padres y cuidadores principales de los niños, pues las personas que cuidan de un bebé experimentan modificaciones muy similares a las ya mencionadas que ocurren en el cerebro de los niños en sus primeros años de vida.
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