Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio se constituye en la segunda causa de muerte en los jóvenes entre 15 y 29 años en el mundo. Ante este panorama surgen inquietudes sobre el papel de la familia en la prevención e identificación temprana de algunas señales de riesgo y cómo actuar frente a posibles casos de suicidio. Por esta razón, te compartimos algunas ideas para tener en cuenta y reflexionar en familia.

El suicidio podría entenderse como una solución desesperada de una persona ante una situación que le genera sufrimiento o como consecuencia de una enfermedad mental no tratada. En cualquier caso, nunca se debe pasar por alto si alguien manifiesta la intención de suicidio o si se tienen indicios en los que podría contemplar esta alternativa, ya que subvalorar una idea suicida aumenta el riesgo de que la persona lo decida y atente contra sí misma.

De ser así, se recomienda explorar y conversar acerca de las ideas, planes o creencias en relación con ello, es decir, ante la sospecha de riesgo suicida, se debe determinar si existe un riesgo inmediato de suicidio, indagando abiertamente sobre la intencionalidad de realizar el acto suicida (planificación de la forma y el momento) o si se trata de una ideación suicida (pensamientos acerca de la voluntad de quitarse la vida).

Tampoco es prudente estigmatizar o señalar a la persona, ya que vive esta situación con tal intensidad que se le dificulta contemplar otras posibilidades; por consiguiente, siempre hay que creer en la manifestación de una idea suicida y cualquier amenaza debe ser tomada en serio.

Una actitud empática y alerta a las señales reduce los riesgos

Es importante evitar expresiones que menosprecien su sufrimiento: “no es para tanto”, “creo que estás exagerando”, “Dios sabe cómo hace sus cosas, te está liberando de algo”. A la hora de escuchar, es importante tener una actitud empática y sensible para que la persona se sienta comprendida, validada y pueda desahogarse, para lo cual es importante complementar la escucha con expresiones cortas como “me imagino”, “entiendo”, “claro”, “no es para menos”.

Por otra parte, muchos se preguntan cómo identificar aquellos signos que evidencian algún malestar y son señal de alarma o a qué se debe que una persona opte por el suicidio. En este sentido, es importante estar atento e identificar algunas alteraciones en los hábitos, costumbres y comportamientos; por ejemplo, cambios en el sueño (insomnio, pesadillas, exceso de sueño), en la alimentación (pérdida o aumento del apetito), presencia de algunos rasgos de personalidad como impulsividad, hostilidad, irritabilidad, dependencia e inestabilidad emocional y desesperanza, signos que se asocian a un mayor riesgo de suicidio.

El suicidio está asociado a varias causas, entre ellas, el fracaso o acoso escolar, las vivencias traumáticas, el incumplimiento de las expectativas o exigencias de otros, problemas mentales, antecedentes familiares de suicidio, etc. En edades avanzadas las ideas suicidas pueden asociarse con crisis económicas, separaciones, pérdidas significativas, falta de apoyo social y sensación de aislamiento, enfermedades, entre otras.

Por lo tanto, es importante estar alerta cuando se presenten este tipo de situaciones e identificar las señales descritas, para brindarle compañía y apoyo a la persona y buscar orientación profesional en caso de que manifieste ideas suicidas. Frente a un riesgo inminente de suicidio se recomienda buscar ayuda, no dejar a la persona sola, no hacerla sentir culpable y expresarle su apoyo y comprensión.

Las redes de apoyo y cuidado, principal factor de prevención

Ante esta realidad, es importante fortalecer las redes familiares, comunitarias y sociales de apoyo, ya que, en situaciones de riesgo de suicidio, estas redes pueden ser escasas, con vínculos débiles y dispersos.

En relación con lo anterior, los programas de prevención del suicidio enfatizan en la importancia de alentar a las personas para que expresen sus emociones, en la medida que manifestarlas con palabras permite reflexionar sobre la posibilidad de encontrar otra salida, de buscar respuestas alternativas, reforzar sus capacidades y recursos y reafirmar con otros el vínculo de cuidado mutuo.

Con el ánimo de fortalecer las relaciones en familia, para contener y apoyar cualquier evento de crisis que se presente, es fundamental generar un clima de cercanía y confianza en el que todos tengan la posibilidad de exteriorizar sus expectativas y malestares, al tiempo que se revisan y reafirman los acuerdos y compromisos de apoyo mutuo, de modo que todos se sientan escuchados, reconocidos y responsables del bienestar y cuidado de sí mismos y de los demás.

En periodos y momentos de crisis, la salud mental de la familia se encuentra en permanente desafío, ya que estas situaciones de tensión hacen que las personas se muestren irritables, impacientes y reaccionen de forma inesperada; por lo que es importante reflexionar sobre las propias acciones, disponerse a conversar cuando sientan que han recuperado el control, compartir mutuamente las percepciones de lo sucedido, entre otros aspectos.

Esto sin duda contribuirá a construir relaciones basadas en el respeto, con una comunicación cercana y fluida que les permitirá gozar de una convivencia armónica.