La etapa de la adolescencia se caracteriza por el crecimiento, el desarrollo humano y por los múltiples cambios a nivel biológico, físico, psicológico, intelectual y social. Esto no significa que exista una sola manera de ser adolescente, porque las experiencias individuales en este periodo son diferentes con relación a como se vivencian los cambios físicos, la maduración emocional y cognitiva, entre otros aspectos.
En otras palabras, no son solo los cambios sino el cómo cada uno vive, percibe, experimenta, crece y se construye a partir de ellos; en los que el entorno que nos rodea juega un papel vital. Para entenderlo, basta con solo recordar la época de colegio y el cómo nos sentíamos cuando reconocían nuestras habilidades y las potencializaban; esto indudablemente influía en la convicción que teníamos de las mismas.
Asimismo, por los múltiples cambios que se viven en la adolescencia también se produce una crisis de identidad, por ello muchas veces es sentida como el lugar del no lugar, porque no nos identificamos con lo que éramos «los niños» pero tampoco nos identificamos con lo que percibimos como «los adultos».
Es precisamente allí donde está el potencial de esta etapa pues es la adolescencia el momento en el que creamos una nueva representación de nuestro cuerpo e identidad psicológica y social, es decir, asimilamos de manera consciente los cambios físicos, nuestra construcción de identidad, gustos y preferencias, nos identificamos con un grupo de pares y asumimos un rol en el sistema cultural.
De la adolescencia transitamos hacia la juventud, etapa que implica retos, expectativas y presiones ya que es un periodo de preparación o de tránsito hacia la vida adulta; en esta se producen varias experiencias del desarrollo humano muy significativas como la transición hacia la independencia social y económica, la consolidación de identidad y proyecto de vida y la adquisición de aptitudes necesarias para establecer relaciones y roles de adulto en diferentes esferas como la familiar, laboral y social.
Por todo esto, la juventud es la consolidación de nuestra autonomía intelectual, física, económica, moral, social y cultural. En otras palabras, es la construcción de nuestros criterios en múltiples sentidos, es la convicción de lo que soy, como pienso, como me veo, lo que creo, lo que quiero y del cómo participo y aporto al desarrollo de la sociedad.
Ahora bien, si hemos planteado que son etapas de cambios, tránsitos, crisis e identidad, ¿cómo podemos favorecer el proceso? Algunos de los siguientes aspectos pueden ayudarte a encontrar un poco de respuesta:
Por todo ello, solo nos queda por decir: sacúdete, inspírate y conócete, identifica tus capacidades, potencialidades y recursos; luego enfócate en tus habilidades y clarifica tu proyecto de vida y, finalmente, transfórmate, construye y haz de ese proyecto de vida parte de tu realidad y bienestar y de la realidad de los demás.
Elaborado por: Mónica Narváez Betancur, psicóloga con maestría en Medicina y Salud y referente de la línea técnica «Nos importas», promoción de la salud mental y prevención del suicidio, Dirección de Adolescencia y Juventud del ICBF.
En otras palabras, no son solo los cambios sino el cómo cada uno vive, percibe, experimenta, crece y se construye a partir de ellos; en los que el entorno que nos rodea juega un papel vital. Para entenderlo, basta con solo recordar la época de colegio y el cómo nos sentíamos cuando reconocían nuestras habilidades y las potencializaban; esto indudablemente influía en la convicción que teníamos de las mismas.
Asimismo, por los múltiples cambios que se viven en la adolescencia también se produce una crisis de identidad, por ello muchas veces es sentida como el lugar del no lugar, porque no nos identificamos con lo que éramos «los niños» pero tampoco nos identificamos con lo que percibimos como «los adultos».
Es precisamente allí donde está el potencial de esta etapa pues es la adolescencia el momento en el que creamos una nueva representación de nuestro cuerpo e identidad psicológica y social, es decir, asimilamos de manera consciente los cambios físicos, nuestra construcción de identidad, gustos y preferencias, nos identificamos con un grupo de pares y asumimos un rol en el sistema cultural.
De la adolescencia transitamos hacia la juventud, etapa que implica retos, expectativas y presiones ya que es un periodo de preparación o de tránsito hacia la vida adulta; en esta se producen varias experiencias del desarrollo humano muy significativas como la transición hacia la independencia social y económica, la consolidación de identidad y proyecto de vida y la adquisición de aptitudes necesarias para establecer relaciones y roles de adulto en diferentes esferas como la familiar, laboral y social.
Por todo esto, la juventud es la consolidación de nuestra autonomía intelectual, física, económica, moral, social y cultural. En otras palabras, es la construcción de nuestros criterios en múltiples sentidos, es la convicción de lo que soy, como pienso, como me veo, lo que creo, lo que quiero y del cómo participo y aporto al desarrollo de la sociedad.
Ahora bien, si hemos planteado que son etapas de cambios, tránsitos, crisis e identidad, ¿cómo podemos favorecer el proceso? Algunos de los siguientes aspectos pueden ayudarte a encontrar un poco de respuesta:
- Asumamos una actitud comprensiva frente a nuestros cambios y las crisis que se pueden generar.
- Reconozcamos la importancia de nuestras emociones y cómo ellas influyen en las interacciones que establecemos con los demás.
- Fortalezcamos nuestras relaciones familiares y sociales para que contribuyan como red de apoyo en el proceso.
- Trabajemos en la construcción de un criterio y autonomía que nos permita la toma de decisiones sin presiones que puedan afectar nuestro desarrollo y bienestar.
- Fomentemos nuestros intereses capacidades, habilidades, elementos claves para la construcción de nuestro proyecto de vida.
- Comprendamos los cambios y el conflicto como posibilidades de crecimiento personal, familiar y social.
Por todo ello, solo nos queda por decir: sacúdete, inspírate y conócete, identifica tus capacidades, potencialidades y recursos; luego enfócate en tus habilidades y clarifica tu proyecto de vida y, finalmente, transfórmate, construye y haz de ese proyecto de vida parte de tu realidad y bienestar y de la realidad de los demás.
Elaborado por: Mónica Narváez Betancur, psicóloga con maestría en Medicina y Salud y referente de la línea técnica «Nos importas», promoción de la salud mental y prevención del suicidio, Dirección de Adolescencia y Juventud del ICBF.