La escena quizá te parezca familiar: has repetido la misma orden varias veces, tu paciencia está llegando a su límite y sientes que tus hijos no atienden a tus indicaciones. Te sales de casillas y profieres uno o varios gritos.
Sin embargo, debes saber que los gritos no educan y, por el contrario, deterioran los vínculos entre padres e hijos y generan consecuencias negativas en el desarrollo socioafectivo de las niñas y niños.
Lo peor del caso es que los gritos constituyen una forma de violencia verbal hacia niñas y niños que genera profundos efectos negativos. Conócelos y comprende por qué no debes recurrir a ellos para comunicarte.

Si bien es usual que, ante un grito, las niñas y los niños frenen momentáneamente sus comportamientos o atiendan la instrucción dada, en realidad lo hacen por el temor que les genera la reacción aireada del adulto y no porque sean conscientes de la necesidad de cumplir normas y límites.

El grito implica un abuso de poder que descalifica a los niños, los intimida, los humilla y les genera sentimientos de inferioridad y culpa.
Además, generan distancia y malestar emocional ya que las niñas y los niños perciben a sus cuidadores como figuras distantes, frías e incapaces de comprenderlos.

Cuando las niñas y los niños son criados en un ambiente en el que el grito es la constante aprenden que esa es la forma correcta de resolver los conflictos. Los niños expuestos a violencia verbal y gritos desarrollan problemas de interacción social ya que, erróneamente, han interiorizado, que la forma de expresar sus opiniones, ganarse el respeto de los demás o hacerse escuchar es subiendo el tono de la voz.

Es posible que un grito logre captar la atención de un niño. Sin embargo, si lo que se busca es lograr que reflexione sobre su comportamiento, mejore su conducta o sea consciente de la importancia de cumplir normas, cualquier intento que se haga a partir de los gritos será inútil.
Cuando gritamos a los niños se disparan los niveles de cortisol, que es la hormona relacionada con el estrés. Por lo tanto, los niños y niñas no logran pensar claramente y buscar soluciones a los problemas.

A veces los niños y las niñas terminan convirtiendo los gritos en un límite que les indica hasta donde pueden llevar la paciencia de los adultos.
Entonces, si los llamados de atención o las interacciones que establecemos con los niños se dan a partir de los gritos, los niños y niñas interiorizarán ese modelo y a medida que vayan creciendo necesitarán un tono más fuerte o un llamado de atención más agresivo para poderse autoregular.



















